A mediados del pasado febrero la máxima expresión de la perversidad humana saltó a las pantallas de los principales medios de comunicación. Un depravado torturaba en directo, hasta la muerte, un cachorro de perro. Las manifestaciones públicas por toda la geografía española no se hicieron esperar. La crudeza de las imágenes era tal que no sólo se retiró el video de la red en muy poco tiempo, sino que la Asociación de Usuarios de la Comunicación estudió una reclamación ante el Código de Autorregulación o posible denuncia ante el Ministerio de Industria.
Hoy día podemos alegrarnos de que la tortura de un animal cause la aversión de una amplia mayoría de las personas. Sin embargo, el grado de asunción de dolor ajeno por cada individuo es distinto. Para muchos, supone un autentico espanto ver una corrida de toros, para otros, es objeto de placer. Para muchos amantes de las corridas de toros hay espectáculos, como el citado del pobre cachorro, que son más que condenables. En mis propias carnes he vivido como aficionados a los toros firmaban para endurecer las penas por maltrato animal en el Código Penal.
Entre los propios taurinos existen actos salvajes objeto de aversión, lo que es un indicio de la barbaridad ante la que nos encontramos si esta gente, con la sensibilidad muerta, lo considera un exceso. Una de esas salvajadas es el Toro de la Vega. Un espectáculo de crueldad inusitada, de origen medieval ,que se ha perpetuado como la Inquisición a lo largo de los años. Aunque, a diferencia de esta, ese execrable acto contra los animales aún no ha sido prohibido y arrojado al saco de las vergüenzas españolas.
El Toro de la Vega consiste en soltar un toro por el campo y que una muchedumbre sin la menor sensibilidad humana, lo persiga con lanzas para trincharle hasta la muerte. No hay más. Un espectáculo que amedrenta, incluso, a los taurinos más serios. Así se expresa, por ejemplo, A. Perez Reverte sobre este lamentable acto del Toro de la Vega, entre otros:
“Nada recuerdo allí de mágico, ni de educativo (sic). Quizá por eso, igual que hoy aprecio y respeto las corridas de toros, detesto con toda mi alma las sueltas de vaquillas, los toros embolados, de fuego, de la Vega o de donde sean, las fiestas populares donde un animal indefenso es torturado por la chusma que se ceba en él”.Cuando una piedra gorda empieza a rodar, antes de estrellarse contra el suelo y pasar al olvido, monta mucha bulla y arrastra otras chinas más pequeñas. Es el caso del BIC (Bien de Interés Cultural) taurino de Madrid, aunque muchos sintamos vergüenza de que la simple y llana tortura de una animal comparta espacio con las artes plásticas, por ejemplo. Como era de esperar, algunos otros municipios españoles – no tantos, por cierto – se han sumado a la propuesta y han declarado BIC los toros en su territorio.
El día 04/05/2011 se ha hecho lo propio con el Toro de la Vega por unanimidad de PP y PSOE. Este día marca el declive de la tauromaquia en España. Por lo pronto, se equipara la salvajada del Toro de la Vega con la otra salvajada de las corridas de toros, algo que no alegrará a los taurinos de pro por cuanto desvirtúa la propia declaración de BIC. Es decir, si se puede declarar BIC cualquier barbaridad… ¿En qué lugar quedan las corridas tradicionales?. Evidentemente, el BIC no dota de virtud alguna a las corridas de toros y con la declaración como tal del Toro de la Vega, se pone en evidencia la farsa de esta declaración, incluso a ojos taurinos. Algo así como recibir un premio y luego ver que se lo dan a cualquiera. Por no hablar de que el Toro de la Vega comparte ahora categoría con Velazquez o Machado… ¡El BIC abierto, “tos pa dentro” y sálvese quién pueda!
domingo, 29 de mayo de 2011
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